Las dietas milagro se pueden definir como aquellas que, en
palabras de Antonio Ortí, “desafían las leyes más elementales de
la termodinámica y de la bioquímica y, sin embargo, triunfan sin distinción de
clases sociales” (libro
“Comer o no comer”). Triunfan de lo lindo, como puede
comprobar si asoma su cabeza por cualquier librería, grande o pequeña. Se me
ocurre (el rigor científico de lo que viene ahora es similar al que sustenta la
historia de Caperucita Roja, quede claro) que el indiscutible éxito de las
dietas milagro podríamos atribuirlo a la confluencia de, pongamos, cinco
factores. A saber:
1. El interés que tienen
falsos gurús, charlatanes, estafadores y
embaucadores de toda ralea por ganar dinero o popularidad a costa de la salud
ajena. Son esos que confunden hacer la quiniela con la epidemiología
nutricional relacionada con la obesidad.
2. Pocos (o nulos)
conocimientos nutricionales por parte de la población. De piedra me he quedado
hoy al escuchar cómo unos peatones entrevistados al azar por una periodista
afirmaban con soltura que el agua adelgaza. Como mucho, uno deja de ganar peso
si sustituye el consumo habitual de bebidas azucaradas por agua. Pero de ahí a querer perder
10 kilos de grasa intraabdominal a base de agua del grifo, pues va a ser que
no.
3. Una mentalidad mágica, abundante hasta el
punto de que no existe final de revista sin su horóscopo. ¿Cómo no va a
triunfar la homeopatía? Es esa mentalidad, quizás (no me hagan mucho caso,
insisto, me lo estoy inventando), la que propicia que la alimentación haya
dejado de ser masticar y tragar para convertirse en un nicho de auténticas
ideologías. Como bien dijo Antonio Ortí en la “entrevista mitológica” que hizo al
antropólogo Jesús Contreras, “tengo la sensación de que el hecho de
que la religión esté en declive en muchos lugares y estemos perdiendo la fe en
el más allá, nos está llevando a depositar las esperanzas en el más acá, en
alimentos que te dan la felicidad terrenal, que son anti-aging…Puede que esto
esté detrás de la tendencia a demonizar o a atribuir características milagrosas
a los alimentos, de la misma forma que surgen sin cesar evangelizadores
alimentarios que quieren salvarnos del infierno nutricional y nos enseñan el
camino”.
4. Una sociedad
sobrepreocupada por su salud, por su peso y por su figura.
5. Un tipo de vida que
dificulta el cambio de hábitos.
Podríamos
sumar otros factores, como el hecho de que no siempre es fácil, incluso en
grupos de población supuestamente bien formados, discernir un mensaje fiable de
uno torticero o fruto de la más burda e irrisoria rumorología. En este sentido,
resulta muy conveniente revisar un interesante texto firmado por la periodista
Carmen Pérez-Lanzac y publicado en El País el (30 de septiembre de 2008) cuyo
título es clarificador: “Los bulos se disfrazan de noticias en la Red”.
Hay
otro factor, ahora que lo pienso, que contribuye a la proliferación de “dietas
milagro”: la gran velocidad a la que circula hoy la información. Una velocidad
que no solo propaga en un abrir y cerrar de ojos cualquier mensaje, tenga o no fuste,
sino que, dado su apremio, genera fallos en la comunicación y en la
retransmisión de los mensajes, tal y como señaló el Dr. Juanjo Cáceres (@juanjocaceresn) en
febrero de 2013. Los medios, de hecho, suelen contener consejos dietéticos sin
suficiente base científica que los respalde, por motivos que analizamos la
periodista Laura Caorsi (@lauracaorsi)
y yo en el texto “Consejos nutricionales en los diarios, ¿son
fiables?”.
Por
todo ello no extraña que triunfen propuestas como, por ejemplo, la
desacreditada “paleodieta” o “dieta paleolítica”, esa que garantiza
disminuciones en el apetito, mejoras en el colesterol y en los triglicéridos,
incrementos en el rendimiento deportivo y, cómo no, pérdidas exitosas de peso “sin
hacer ningún cambio en tus hábitos de ejercicio”. Olé. Todas esas
falsas promesas (habituales en esta clase de propuestas) aparecen en el libro
más vendido sobre el tema, firmado por un tal Loren Cordain, un autodenominado
experto en obesidad.
Vale
la pena citar, para contrarrestar semejante sarta de insensateces, una frase
que aparece en la monografía “Gordos y flacos” (1936), redactada por un
verdadero experto, el Dr. Gregorio Marañón (1887-1960): “El
obeso adulto, constituido, debe tener en cuenta que un adelgazamiento no será
obra de un plan médico, sino de un cambio total de régimen de vida”.
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La Dieta anestésica…. Enseña
por medio de tres pilares fundamentales la
ciencia de perder peso sin dolor y como parte del
autocuidado y la salud.
Se abordan tres pasos sencillos:
3. Finalmente la LA DIETA ANESTESICA
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